domingo, 9 de diciembre de 2007

El Último dia del Cabo Hughes (relato) - J.Cont



Una neblina gris unida al polvo intoxicado de gas verdoso se disuelve por las baldosas de la aldea, nos hemos descontrolado y disuelto por el lugar, mis superiores no saben que estoy aquí, ni siquiera mis similares saben que nos hemos dividido…estoy perdido al igual que todos en esta atascada estratagema absurda y sin sentido.

Entro en los restos de una edificación residencial, enfundo mi M9 y saco una linterna que hasta este momento no había encendido en mis 48 días de servicio al estupido gobierno Norteamericano.

La luz es azul y ilumina una estropeada bañera en medio de lo que parece un zaguán o una entrada… no estoy seguro por que esta oscuro, como la boca del lobo. Incluso en esta situación me da por actuar como un diestro en combate; Reconocimiento, Observo el lugar y estudio la estructura del edificio en busca de presencia hostil, en la bañera puedo ver media docena de sacos de pequeño tamaño, algunos con signos de chamusquina, al parecer los aglutinaron aquí para ser incinerados, pero nunca llegaron a hacerlo. No debería tomar esta decisión por mi mismo, pero alcancé uno de los sucios sacos y lo arroje fuera de la bañera. Una vez a mi alcance, saque mi cuchillo militar y rompí el saco, cuando estaba a media faena el saco escupió una mano amputada de lo que podría ser un niño de apenas un par de años. Al principio no sentí nada, pero a los pocos segundos…comprendí que aquí paso algo extraño, que los bebes de dos años no se meten solos en sacos y se prenden fuego. Un intenso escozor en los ojos me inspiraba el llanto, pero estoy decidido a evitarlo, soy un soldado Americano, un ejemplo de los símbolos del patriotismo Nacional que representa la primera potencia del mundo, soy miembro de los Marines, la fuerza militar más organizada y poderosa de todas, soy la envidia de todos…

2 horas y 10 minutos después

Estoy en sentado de una silla podrida a mi izquierda esta la radio, estropeada por la humedad y manchada de barro por los ríos de fango que cruce hace una semana, delante puedo ver una ventana y a través de ella un desierto urbano destruido, humillado, Una aldea llamada Kima-AlZagar.

Nos dijeron que estaba en Kuwait, pero luego cambiaron de opinión, este ejercito, no tiene día sin pecar de inútiles, los generales y comandantes son la vergüenza de esta nación, suerte que nadie puede acercarse a ellos, menos mal que vendemos la cáscara de nuestra patria para ocultar la estupidez más vil e insignificante que a parido Dios en sus días de creador. Menos mal que el mundo es desigual y que el destino beneficia a los ya beneficiados.

“Beta, aquí brigada once, tenemos objetivos en masa, necesito refuerzos en las coordenadas, 3+70 Noroeste, 25 Dakota 13…”

La radio funciona, estos últimos 4 días solo me haría feliz escucharla ubicando una posición para al menos tener un lugar a donde ir…

…Ahora solo es un zumbido sin sentido y estresante que me quita las ganas de respirar.

Enfundo me reglamentaria y casi descargo el cargador en el aparato, ocho balas contadas aun queda una en la recamara.

Los disparos me han asustado, hacia cinco días que no escuchaba ninguno.

Me levanto de la silla y me acerco a la ventana, utilizo a última bala simplemente para escuchar su susurro alejándose de mí hasta perderse en el agrietado paisaje gris y ruinoso.

Media hora después…

Estoy en la despensa de la vivienda, mis músculos tiemblan por el frió y la incomodidad es inaguantable, me tumbo en las losas y me incorporo, me registro los bolsillos del chaleco táctico y me doy cuenta de que acabe con la ración individual hace un par de días, son las 8:19 de la mañana del día 3 de Mayo del año 2003. Nunca me había sentido tan asqueado desde las borracheras de fin de curso cuando tenía 21 años y me arrastraba por los suelos de los lavabos de la universidad con mis tres amigos, John, Pitt e Irving el mismo día de la fiesta anual de despedida, teníamos que recoger el diploma de matriculación a los diez minutos después y estábamos más bebidos que el alcoholico abuelo de Pitt en la noche de un 4 de julio.

Este recuerdo me hace sonreír, y segundos después vuelvo a la despensa desde donde estaba viendo aquel momento de mi adolescencia. Deseoso de poder regresar y evitar este nefasto destino. De saber que iba a acabar aquí y de este modo, jamás me hubiera alistado en los Marines.

Han pasado varios minutos, me doy cuenta de que es imposible levantarme, no aguanto más esta guerra, solo puedo pensar en mi familia, preocupada por mí y mi deseo de llegar a esta guerra para hacer justicia…yo quería formar parte del grupo armado que haría pagar los pecados a los asesinos iraníes, de la escoria de la humanidad…

Ahora que estoy mas cerca que nunca de conseguirlo me siento mas alejado aun, me siento marginado, desterrado, desechado.

Miro hacia arriba y veo un altillo cerrado, me quito de encima las armas y los bolsillos adicionales e intento alcanzar la puerta para abrirla y quizás encontrar algo que comer, al abrirla veo sacos blancos rebosantes de arroz y especias. Tiro de uno de ellos y derramo el contenido por el suelo de la despensa, me tiro al suelo y me meto en la boca todo aquello que parece arroz, esta amargo y los granos duros y ásperos, mi lengua palpa la suciedad del suelo y el polvo virulento, Se que podría coger catorce mil enfermedades pero no me importa, se que voy a morir en aquella aldea abandonada y al menos no moriré de hambre.

Mi garganta esta sellada de lo que ahora parece tierra y granos de arena, mis ojos casi cerrados, mi boca amarga al igual que mi moral y mis credenciales, mi alma destruida para siempre, estoy en el infierno, el infierno creado por el hombre el infierno que pagamos en la guerra los jóvenes ignorantes e inocentes en un gobierno despreocupado.

Tengo el cuello inflamado por los granos de arroz secos y la suciedad en mi garganta, siento el suelo dentro de mi pecho y la respiración me provoca dolores en lo mas profundo de mi boca, mi brazo de desliza hacia algunos montones de arroz de los que antes había saciado el hambre y al agarrar con las manos una buena dosis de arena, polvo, arroz y astillas mis ojos lacrimosos ven el terror más sollozante y profundo que han sentido en sus vidas, un vomito amarillo cesando bilis y sangre mancho las losas donde estaba tirado.

Los sacos de donde me había alimentado estaban anegados de pequeños gusanos, miles y miles de pequeños gusanos blancos y diminutos que se agrupaban en pechugones continuos en las podridas colinas blancas y sin saber diferenciar uno de ellos por un duro y caducado grano de arroz.

Sentía las nauseas más repugnantes de mi vida e incluso creí poder competir al momento más roñoso que alguien a podido experimentar en la historia, tanto por el malestar, tanto por los dolores y acumulación de esos pequeños insectos en mi interior, como mi posición moral, destruida, mi alma devorada por los gusanos…

Alcance mi reglamentaria, cargue una sola bala sabiendo que aquello era el fin...

Porque así lo querría, tirado en aquella pocilga indeseable y funesta, apreté el gatillo suspirando de dolor y anegando mis únicas esperanzas en un lugar junto a una divinidad en la que nunca creí.

















Donald J.Cont

se escucha Negligence de Mark Isham